Mi solidaridad con Tippi Hedren

 

Cuando ayer me despertó una sensación de extraña presencia y abrí los ojos al peso liviano de allegado muerto que espera sentado a los pies de la cama servir de guía en la ultratumba, encontré la mirada sanguinaria de mi asesina. La misma que la tarde anterior instigaba una reyerta cuerpo a cuerpo muy cerca de mi casa. Me interpuse, evité la cruz de navajas. Pero ahora ella estaba sobre mí y clamaba venganza.

Descubrirnos desató una lucha encarnizada por la supervivencia sin espacio para rehenes. El recuerdo de zureos graves, silbidos y golpes atroces contra paredes y ventanas me persigue a cada instante, desobedece toda súplica de olvido.



Laureles bonitos para "Margaritas a los Cerdos"

 


 

Inteligencia artificial y guión audiovisual

  

En nada me convencen las inteligencias artificiales esas de las que habláis. 

Una IA como dios manda sería aquella que lee el pensamiento, lo convierte a PDF formato guión tercera versión y añade asteriscos en los puntos donde todavía hace aguas, protegiendo así la autoestima de la limitada inteligencia natural con la sensación de que ha hecho algo cuando la IA ofrezca una cuarta versión de pensamiento y su paciencia de santo Job. 

Como la Judicatura con algunas leyes contemporáneas, vaya.

 


 

Halloween

Tenía yo diecinueve años y cierta predisposición al romanticismo gótico de diván y pañuelo de encaje en la frente cuando convencí a un novio de aquella época para subir al cementerio de Torrero la Noche de Difuntos y leer en alto El Monte de las Ánimas. Necesité insistir muchísimo, no sé por qué, mi petición era de una lógica aplastante. 
 
Y allí que fuimos en su moto de gran cilindrada, él con un pack de cervezas Ámbar, yo con mi libro de Bécquer. Supo que era requisito indispensable comenzar la lectura a medianoche en la parte vieja del cementerio demasiado tarde para volver atrás. A las doce en punto empecé a leer en tono solemne, masticando cada palabra, consciente del momento único, bajo la luz mortecina de una de las escasas farolas ancladas a los nichos más antiguos. El muchacho no tardó en ponerse nervioso entre cerveza y cerveza, amenazando con dejarme allí plantada y cagándose en mi puta calavera por dejarse enredar. Un idiota insensible y superficial es lo que era. Logré calmarle con falsas promesas y retomé la lectura. Pero como si algo puede suceder, antes o después, sucede, se materializaron delante dos almas en pena más grandes que un armario, o eso creímos al borde del infarto, esta vez ambos, antes de reconocer a los policías de la UVE -unidad de vigilancia especial- que habían llegado hasta nosotros en un coche patrulla sin luces y nos pedían explicaciones en manifiesta actitud hostil. La situación era desfavorable a mi romanticismo, mas soy un perro de presa en cuanto a objetivos se refiere, así que les conté con voz quebrada y mi mejor caída de ojos que mis antepasados yacían allí enterrados y cada año, tal noche como esa, venía a leerles poesía. Creo que no se lo esperaban. 
 
Los policías se marcharon a condición de que hiciésemos lo propio una vez terminase. Leí de principio a fin El Monte de las Ánimas la Noche de Difuntos en el cementerio. El cabreo del novio, que además llevaba un pollo en el bolsillo, fue monumental y le duró bastantes días. Se le pasó, igual que pasaron otros novios, otros cabreos, otras lecturas, otros policías. Pero el hilo azul acero que me une a Alonso desde entonces me acompañará hasta los restos, o más, quién sabe. 
 

Me representa, oh, sí.


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