Conflictos y Sexo

 

Si contase la vida sexual de mi vecina de setenta años, no me creeríais. Os parecería una hipérbole jotera destinada a gracieta de primavera sin ninguna posibilidad de suspender la incredulidad de nadie, a pesar de que quizá acabe apuntalando el tabique. Para más locura, es dura de oído y yo no. Habla alto, violentamente alto, en cualquier circunstancia, a todas horas. Me tiene en vilo su nuevo juego erótico, dos, cinco, nueve, cuatro, dos otra vez, uno, siete, no consigo descifrarlo. En los dos últimos años ha tenido más novios que yo en lo que llevo de vida, y digo novios porque les llama muy temprano para gritar que les quiere mucho y hacerles la gatita. A menudo es mi despertador.

Hay más ingredientes que hacen imposible mirar hacia otro lado y dejar pasar esta historia, además del somier on fire, pero me los reservo. Mientras intentaba concentrarme sin éxito -a ver quién puede así- en otra película, pensaba en qué conflicto sería capaz de mover el desenfreno de mi ídola sin hacer del sexo un condicionante o moneda de cambio, sin convertir su deseo en una patología o una importante carencia afectiva y sin empujarla a la explotación, porque mi admirada vecina disfruta mucho y esa es la única verdad que no estoy dispuesta a traicionar. 

Mi conclusión a las 20:44 de un domingo más y sin vender una escoba, es que la connotación del sexo como centro de una historia no pornográfica siempre es negativa, y esa negatividad es la única posibilidad de conflicto verosímil en un contexto de realidad.

(En territorio Fantástico se me ocurren unos cuántos)