Enterrada en un ataúd tamaño niño y tonos tierra, porque es menuda y discreta, además de princesa.
Como allí no cabe la muerte, ni aire que la desgaste, aprieta las horas, el pelo, las uñas, el miedo, y suelta el rastrillo de las pestañas, rasgando la tapa por donde escapa, llenando el hueco con su forma abandonada dentro del vestido. En ese instante desnudo, se hace música.
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