Una puerta se abre, otra se cierra y escupe un portazo. Oculta en los cimientos, pierde el compás de los sonidos. Vuelve a empezar, cuenta los pasos de la misma canción repetida que envuelve los síntomas de fin del mundo, derrumbándose en aparente silencio. Es entonces cuando la hija de puta se llena de aire, relaja la nuca, trepa los escombros y pasea, solitaria y tranquila, entre los restos. Comerá todo su tiempo.
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