Hace varios días que siento la imperiosa necesidad física y espiritual de darme de hostias con alguien indeterminado, sin motivo aparente. Me cuesta dominar la ola de agresividad, y me azuza el recuerdo de la noche en que me pegué con una heavy en la puerta del Desastre porque quería levantarme un novio. La coreografía de la pelea fue patética, pero al menos tuvo un desencadenante claro.
Como persona reflexiva y sensata que soy aunque utilice buena parte de mi energía en disimularlo, intento encontrar la causa de este estado, e iba a culpar de la sed de sangre a mi nueva naturaleza vampírica (me he autodeterminado Vampira de serie B hasta que me aburra o termine el calor), cuando un eureka me ha dado el alto: llevo dos semanas visualizando películas sobre adolescentes rebeldes y pandilleros, en busca de referencias que me ayuden a explicar un proyecto. Ando mimetizada. Es la mía una agresividad inducida, sin descartar del todo que mi nuevo 'yo' le añada un plus de peligrosidad, pues soy muy de llevar los jueguecitos al extremo si me divierten. Claro que no todas las peleas ni todos los pandilleros son iguales. En este sentido, el chico de la moto es el rey. Igualmente os partiría el labio bien a gusto de un cabezazo.
Amo esta película.
(Guion: Hinton, Coppola)
2 comentarios:
A mí me pasó lo mismo hasta que descubrí que ese estado se pasaba explotando burbujas de embalaje.
Lo probaré. Si funciona, llevaré siempre un rollo de doce metros en el bolsillo.
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