HORMIGAS



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A los doce años, viví durante algún tiempo en un chalet sin terminar. Detrás de un muro, habían abandonado un montículo de arena de esa que se usa para mezclar con cemento. La intemperie endureció la capa superior, haciendo de ella un crocante de tierra y piedras diminutas, muy agradable de pisar.

Cientos de hormigas desfilaban. Aunque ya había vivido en el campo y los bichos no me impresionaban, aquel trasiego de antenas en formación, no era normal. Curiosa y solitaria -pena de criatura- , quise saber, ahondar en ese agujero que tragaba y escupía hormigas sin parar. Comencé, con un palo y muchísimo cuidado, a levantar trocitos de suelo. Enseguida supe que aquello en lo que me adentraba era mucho más y busqué herramientas mejores, para evitar desprendimientos que seguro destruirían todos esos huecos, habitáculos y pasillos. Pero a pesar del sigilo y las precauciones, las hormigas enloquecían y huían desordenadas, perdiendo el invento toda la gracia. Pasado un buen rato, volvían. Tuve que adaptarme y cambiar la estrategia si quería ver cómo construían su vida y claro que quería, habiendo además llegado ya a los huevos y las larvas. Qué lugar tan asquerosamente fascinante.

Sustituí el cielo abierto por un panel y sobre este, un plástico, para protegerlo de las incremencias del tiempo y de mis hermanos. Así, subía al montículo, levantaba despacio el techo artificial, las observaba largo tiempo y cuando me cansaba de tanto orden y tranquilidad, interactuaba un poco con ellas con un palito fino o unas migas de pan, volvía a cubrir el hormiguero y me iba, hasta el dia siguiente. Luego me picó una abeja reina en la mano, dolía, se me hinchó, me pusieron barro, tuve fiebre, abandoné el hormiguero.

Se me ocurre que quizá Iluminada, la hormiga que veía a la Virgen a través de sus gafas mágicas, nació en aquel montón de arena, muchos años antes de lo que yo creía. O que los niños de aquel sueño con lobos feroces, desafiaban al miedo para ir a jugar con la arena porque conocían el secreto que yo había olvidado. La humanidad entera actúa de forma muy parecida a aquellas hormigas desquiciadas y anuladas ante semejante violación. Volvería a hacerlo? No. Pero porque ya lo hice antes. Me aburriría. Qué poco he cambiado. Soy un círculo. Tú también. Y el amor, que se me está haciendo bola.

1 comentario:

FJavier dijo...

Ningún ser humano ha estado nunca dentro en un hormiguero, salvo algún niño antes de ser humano. Por eso casi nadie sabe porqué las hormigas no se mojan cuando llueve. Sin embargo, las hormigas sí han estado desde tiempos inmemoriales dentro de las casas y saben muy bien el porqué de nuestra naturaleza circular y la razón fundamental por la que el amor se nos hace bola.
Quizá por eso cuando hablan de la lluvia o de nosotros sonríen.