Cuando la situación es tensa y aparecen los nervios, o haces o te deshaces. Quedarte quieta es imposible si no eres yogui y te anudas a ti misma mientras el mundo se derrumba. Lo descubrí hace años, cuando mi hermana pequeña me mordió la nariz como un perro de presa porque escuchó el timbre y creyó que Papá Noel le pillaría despierta. Estaba en mis brazos y mi nariz era la salida más cercana al tsunami de miedo que le iba a ahogar. Aumentan de nuevo los casos de Covid-19. Aun sabiéndose que podía pasar, está pasando. Bastaba con trasladar un tiempo el encierro entre cuatro paredes a una de esas enormes pelotas transparentes, y rodar. Si una, a veces, es mucho, dos quizá sea demasiado, pero ya lo tenemos encima y habrá que buscar salidas que no impliquen ir por la vida arrancando trozos de carne. Empiezo un nuevo guion de cortometraje, sin abandonar el largo. Mi reto extrapolable es compatibilizar universos por construir. Esa es mi vía, la que se puede contar, al menos. Soy así de civilizada.
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